sábado, 5 de marzo de 2016

Filosofia pura. Wuau Lo leo y lo leo

Cómo prepararse serenamente para la muerte (Humildes instrucciones a un eventual discípulo) “Maestro, ¿cómo puede uno alistarse para la muerte?”. Le respondí que la única manera de prepararse para la muerte es convencerse de que todos los demás son unos idiotas. Umberto Eco. Umberto Eco. Umberto Eco 27/02/2016 06:44 AM No estoy muy seguro de decir algo original, pero uno de los mayores problemas del ser humano es precisamente cómo afrontar la muerte. Parece que el problema es difícil para los no creyentes (¿cómo afrontar la Nada que nos espera después?), pero las estadísticas indican que la cuestión también preocupa a muchísimos creyentes que impávidamente consideran que existe una vida después de la muerte y, sin embargo, piensan que la vida es, en sí misma, muy agradable como para considerar abandonarla. De tal suerte que anhelan, sí, unirse al coro de ángeles, pero lo más tarde posible. Recientemente, un meditabundo discípulo (tal Critón) me preguntó: “Maestro, ¿cómo puede uno alistarse para la muerte?”. Le respondí que la única manera de prepararse para la muerte es convencerse de que todos los demás son unos idiotas. Ante el estupor de Critón, le aclaré. “Mira”, le dije, “¿cómo puedes disponerte para la muerte —incluso si eres creyente—, si piensas que, mientras estás muriendo, jóvenes muy guapos y deseables de ambos sexos bailan en la discoteca divirtiéndose en exceso, iluminados científicos develan los últimos misterios del cosmos, políticos incorruptibles están creando una sociedad mejor, periódicos y televisoras tienen como objetivo solamente el de informar noticias relevantes, empresarios responsables se preocupan de que sus productos no degraden el medio ambiente y se las ingenian para rehabilitar una naturaleza formada por ríos de agua potable, declives boscosos, cielos tersos y serenos protegidos por un providente ozono, nubes ligeras que nuevamente vuelven a filtrar lluvias dulcísimas? Sería insoportable pensar que, mientras te estás marchando, todas estas cosas maravillosas están sucediendo a tu alrededor. “Solamente intenta pensar que, en el momento en el que adviertes que estás dejando este valle, tienes la certeza inmarcesible de que el mundo (seis mil millones de seres humanos) está lleno de idiotas, que son unos idiotas los que están bailando en la discoteca, que son unos idiotas los científicos que creen que han resuelto el misterio del cosmos, que son unos verdaderos idiotas los políticos que proponen la panacea para nuestros males, idiotas aquellos que atiborran páginas y páginas de insulsos chismorreos marginales, idiotas los industriales suicidas que destruyen el planeta. ¿Acaso no te sentirías feliz en ese momento, aliviado, satisfecho de abandonar este valle de idiotas?” Entonces, Critón me preguntó: “Maestro, ¿pero cuándo tendría que empezar a pensar de esta manera?”. Le respondí que no se debe hacer muy pronto, porque alguien que a los veinte o incluso a los treinta piense que todos son unos idiotas, nunca alcanzará la sabiduría. Es necesario comenzar pensando que todos los demás son mejor que nosotros, luego ir evolucionando poco a poco, empezar a albergar las primeras dudas hacia los cuarenta, iniciar la revisión entre los cincuenta y los sesenta, y alcanzar la certeza mientras uno se encamina hacia los cien, pero listos para alcanzar el equilibrio apenas y llegué el telegrama de requerimiento. Convencerse de que todos los que están a nuestro alrededor (seis mil millones) son unos idiotas, es efecto de un arte sutil y sensato, no es disposición del primer Cebes con el aro en la oreja (o en la nariz). Se requiere estudio y trabajo. No hay que forzar los tiempos. Se necesita llegar a él dulcemente, justo a tiempo para morir serenamente. Sin embargo, todavía un día antes podría pensarse que alguien, que amamos o admiramos, realmente no es un idiota. La sabiduría consiste precisamente en reconocer, en el momento justo (no antes), que también él es un idiota. Hasta entonces, ya se puede uno morir. Por consiguiente, el gran arte consiste en estudiar poco a poco el pensamiento universal, escrutar las vicisitudes de los hábitos, monitorear día a día los periódicos, las afirmaciones de los artistas seguros de sí mismos, los apotegmas de los políticos independientes, los filosofemas de los críticos apocalípticos, los aforismos de los héroes carismáticos, estudiando las teorías, las propuestas, las apelaciones, las imágenes, las apariciones. Solo entonces, al final, obtendrás la avasallante revelación de que todos son unos idiotas. Llegado a ese punto, estarás listo para el encuentro con la muerte. Deberás resistirte hasta el final ante esta impugnable revelación, te obstinarás en pensar que alguien dice cosas sensatas, que ese libro es mejor que los otros, que ese cabecilla en verdad desea el bien común. Es natural y humano, es propio de nuestra especie rechazar la persuasión de que todos los demás son, indistintamente, idiotas, ¿de otra manera, por qué valdría la pena vivir? Pero cuando, al final, lo sepas, habrás comprendido por qué vale la pena (es más, es espléndido) morir. Entonces, Critón me dijo: “Maestro, no quisiera tomar decisiones precipitadas, pero alimento la sospecha de que usted es un idiota. “Ya ves”, le dije, “ya estás en el camino correcto”. 12 de junio de 1997. Traducción de María Teresa Meneses

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